jueves, 29 de octubre de 2009

LEYENDAS -EL DIABLO MONTUBIO -

La representación del diablo en los montubios manabitas, a través de sus narraciones.


Al no existir testimonios iconográficos, la tradición oral aparece como el único o más claro espacio para extraer los elementos de la representación de este personaje en los montubios manabitas blanco-mestizos del siglo XX.

Los campesinos manabitas llaman a esta fuente del “mal”, “Diablo”; casi no lo denominan con el nombre de Satanás o Demonio. En algunos casos, como veremos, es apodado “El Silbón” y escasamente lo llaman “Lucifer”.

En las narraciones que los campesinos hacen del Diablo, casi nunca se lo describe con cuernos, ni rabo; es más bien, un hombre al que difícilmente se le puede ver el rostro, porque aparece entre las sombras nocturnas; está vestido de negro y no de rojo, como en el caso del diablo europeo, lleva un gran sombrero de alas anchas y a veces una gran capa. El Silbón suele llevar en su mano un cigarro descomunal.

REVISTA DEL ARCHIVO HISTÓRICO DEL GUAYAS

“Lo vide.... pero no se dejó ver la cara... estaba lejos. Estaba vestido de negro... con sombrero grande y capa...” “sabía que era el Diablo porque no hacía cosas de humanos... pasar el río sin dejar ola... brincar una cerca altísima...”,12 dice Alcides Gaón, campesino de Calceta, Manabí.

Simón Cedeño Paladines recoge de la tradición oral la leyenda que él titula “De caballero a caballero”, relacionada con la tradición oral del mundo blanco mestizo del campo. En ella, describe de esta manera al diablo:

“... como a eso de las doce de la noche, oyó que debajo de la loma, cabalgaba un jinete, a todo andar, lo que lo sobresaltó y cuando el jinete se aproximaba, pudo notar un caballo negro gordo, que daba cierto brillo. El jinete era un hombre con sombrero de alas grandes y muy bien vestido, lo que indicaba ser un hombre acaudalado de la comarca...”.

En la versión de Marieta Armada Luzardo García, de Jipijapa –por lo tanto más conectada con la tradición oral de mundo cholo–, los patrones de representación tienen propiedades similares y distintas a la vez:

12 Alcides Gaón, Testimonio oral, noviembre del 2002. (Este personaje es de origen montubio, nacido en Calceta. Trabaja como guardián en Portoviejo).

13 Simón Cedeño Paladines, Nuestro campo. Leyendas inéditas,Portoviejo, Archivo de La Casa de Horacio.

14 Marieta Amada Luzardo García, “Cuentos y relatos (leyendas) folclóricas montubias”. (Cuaderno inédito, Portoviejo, Archivo documental de La Casa de Horacio).

“... Una noche vieron a un hombre larguísimo que llegaba hasta la ventana, y a ratos se hacía enanito fumando tronco de cigarro”.

“El Diablo seguía rondando en forma de perro negro, de chivo... que daba ahumadas como pá tumbá la casa ... y había que verle los ojazos, parecían la mesma candela...”.
 
De los relatos anotados se observa, en primer lugar, que el diablo montubio de Manabí usa como principal elemento simbólico, el color negro, lo que marca una distancia con el diablo colonial andino, por una parte, y con el de los pueblos interandinos actuales. El color negro, asociado al mal, tiene una valoración eminentemente occidental. Yana significa “negro” en quichua, pero este color no está aparentemente relacionado con las fuerzas malignas del mundo interandino. Para el caso de la Costa, no hemos hallado un testimonio que denote la valoración de este color. El negro, como un símbolo del mal, es traído también hacia América por los conquistadores. Ha sido tradicionalmente usado como un lenguaje alusivo a la “muerte”, y por lo tanto, es usado como luto.

El otro elemento sobresaliente que se rescata de las narraciones y la representación imaginada del diablo, es su vestimenta absolutamente occidental y jerárquica. Es un hombre bien vestido, que lleva incluso una capa, no un poncho de hilo; por lo tanto, está conectado con un problema de castas o segmentos sociales de élite, de dominación; lleva sombrero de ala ancha, lo cual, por otra parte, revela una significación post colonial y más bien moderna. Esto último permite abrir preguntas acerca de si los montubios blanco–mestizos, muchos de los cuales son inmigrantes de la Europa de los siglos XVIII y XIX, trasmutaron al diablo hasta convertirlo en un “caballero”, aunque no por eso deja de tener elementos fuertemente andinos. Este nuevo diablo habría cambiado las formas de representación que tendrían los indígenas de los antiguos partidos de Puerto Viejo y La Canoa, en la época colonial.

El uso del caballo muestra no sólo lo occidental, sino sobre todo, un problema de segmentación de estratos sociales.
Además se observa en la mayoría de las leyendas, el diablo está asociado a la
riqueza; no sólo posee “sacos de dinero”, sino que en su momento,
es el dinero mismo. Aunque durante la colonia la figura de Satanás
encarnaba el deseo por poseer el poder y la riqueza, la descripción de
sacos de billetes muestra, además, una especie de asombro del mundo
montubio, con relación a la llegada de la modernidad capitalista, de la
representación del poder en la posesión de billetes.
El diablo casi siempre fuma un cigarro “grandísimo”. Este parece ser un
elemento claramente andino costeño, pues el tabaco pudo haber sido
usado desde la época prehispánica y de hecho fue uno de los productos
cosechados y consumidos durante la Colonia en la Costa ecuatoriana.

Pero este personaje del mal tiene la propiedad de transformarse en
un perro negro con ojos que parecen la “mesma candela”, en chivo y
hasta en una mujer, como lo narra Marieta Luzardo García. Se alarga
o se hace chiquito, lo cual tiene un paralelismo con el duende, otro
personaje asociado con la tentación. Esta capacidad de trasmutarse
tendría que ver también con el mundo andino, donde los antiguos
habitantes consumían alucinógenos para encontrarse con su espíritu
paralelo, encarnado en un animal.
En las narraciones estudiadas, el escenario del diablo es absolutamente
bucólico. Casi en ningún caso, el personaje se presenta en la casa del
campesino; más bien, se lo encuentra en las penumbras del cafetal,
el platanal y sobre todo, en el cañaveral. En el caso de la narración de
Alcides Gaón, el “mal”, en su caballo, recorre los caminos nocturnos y
cruza el río.

Los juegos simbólicos de “El Silbón”
El diablo occidental, a pesar de todo, queda reconvertido en el mundo
andino de la costa ecuatoriana. Si bien está asociado con la fuerza
maligna -el maná del mal-, casi en ningún momento se lo representa
en el paraje mítico del infierno, palabra muy poco usada en las leyendas
estudiadas. En el caso de la leyenda “El Diablo salva una vida”, se describe
el hábitat de este personaje, más como una hacienda paradisíaca que
como un infierno. Sin embargo, sí se hallan en este escenario algunos
elementos clásicos del purgatorio cristiano occidental, como la paila;
pero curiosamente, esta paila no contiene agua caliente, sino guarapo
hirviendo, un elemento propio de la identidad montubia asociada con su vida cotidiana y lúdica.

Por un lado, la aparición de una hacienda como escenario, permite observar un paralelismo entre el diablo y el hacendado gamonal, y por otra parte, se observa aquí una terrenalización del personaje:

“Crisóstomo obedeció a la orden y en esos momentos le llegó un terrible olor a azufre, con lo que la piel se le arrugó y los pocos pelos se le ponían de punta y le dio miedo.

Ya puedes abrir los ojos, le dijo el desconocido; a lo cual, Crisóstomo obedeció y cuando lo hizo, ya era de día y se encontró en una inmensa planicie cubierta de verdes hierbas... En ese lugar, había ganado que bramaba”.

En esta historia, el diablo encarna a una especie de hacendado justo, que castiga al hacendado malo. Es quizá, una forma de idealizar una transformación o superación del problema de concertaje que existía, sobre todo, en la zona de Chone, en el siglo XIX y principios de XX, en la época del auge agroexportador.

En efecto, el diablo, como veremos, permite al campesino Crisóstomo, castigar a su patrón Crisanto, a quien debía un dinero injustamente. Así, el diablo le ordena que lo haga cargar leña y lo ponga a hervir en la paila de aguardiente. Al final, el patrón se arrepiente y le envía un mensaje a su hijo, el heredero, aconsejándolo que trate bien a sus peones y no le cobre deudas.

En el caso de las leyendas de la compiladora jipijapense, Marieta Luzardo García, se encuentran elementos fuertemente andinizados. En la historia de “El Silbón”, el diablo le hace el mal a un recién nacido por ser un futuro adivino y porque para evitarlo, no había sido bautizado el “morito”. En el mundo prehispánico, los productos exóticos y extraños de la naturaleza, tales como mazorcas raras, personas gemelas o deformes, estaban asociadas a poderes curativos y premonitorios. En efecto, en esta narración, el “morito” desarrolló una deformidad craneal, a consecuencia de la maldad del diablo; pero, en cambio, mantuvo su capacidad de vidente. De otra parte, aquí se observa la cultura mítica premoderna que trata de explicar problemas tales como la deformación craneal u otras enfermedades, a través del mito, en tanto no hay una racionalidad científica que permita dar una respuesta al dilema.

El diablo “...risueño y bromeando le preguntó si ya estaba satisfecho, a lo que el frustrado romántico contó lo sucedido. Entonces el diablo le dijo: Tu dices ser más caballero que el otro y por eso vienes a entregarte; pero te equivocas; sí tú eres más caballero que el otro; yo soy más caballero que los dos juntos, que no hay más caballero que yo.

Toma tu documento y anda nomás, té quedas sin compromiso...”.

En el caso de esta historia, la trama permite a un joven enamorado, hacer un acuerdo con el diablo para que le provea de una fuente de agua a la mujer amada, a cambio de su amor; entonces, el diablo coloca un río frente a la casa. Aquí se muestra el problema de la sequía, determinante en la construcción de las identidades culturales de Manabí.

Se quedan muchos aspectos por abordar con relación a los juegos simbólicos del diablo montubio. Por ejemplo, la identificación del personaje con la sexualidad y con el amor, lo que se revela en la historia “Coroliano”, de Horacio Hidrovo Peñaherrera.Conclusión

El diablo montubio encarna una dualidad contradictoria, mostrando el problema de un tipo de cultura andina, donde lo occidental y lo prehispánico no logran del todo conciliarse. Si bien la tradición occidental lo coloca como fuente del mal, y en apariencia el mundo montubio lo asocia de esa manera, el montubio termina agregándole cualidades del bien, a este ente que en su momento se vuelve justiciero y que, a veces, a pesar de cobrar el alto precio de “la alma”, llega a solucionar el problema de la sobrevivencia en el campo manabita, cuyo principal escollo es la falta del agua. Lejos de habitar en los infiernos, vive aquí, en el campo, en el cañaveral, en el cafetal, en el platanal. Representa, sobre todo, el problema de la estratificación social, del hacendado dominador, porque como tal se viste, y en este sentido, el campesino lo representa, a veces, como el modelo de hacendado justiciero que castiga al patrón perverso. Con todo, hay ciertos indicios de que uno sería el diablo del norte de Manabí y otro propio sería el diablo del sur de esta provincia, donde el componente prehispánico salta más a la vista.

Un caso curioso es el de la historia en la cual el diablo actúa con nobleza, devolviendo el alma a quien se la había prometido, en recompensa por su actitud de caballero y debido a que no había podido consumar su deseo de poseer a la mujer amada