martes, 29 de septiembre de 2009

GENEALOGIA

La vida me ha permitido recorrer con paciencia los caminos de la genealogía, convirtiéndose en un presente de invaluable valor que anima mi existencia el ir al encuentro de espíritus de antaño, propios y otros adquiridos que sin conocerme y al escribir sus nombres sonríen con beneplácito, están felices tienen la certeza de no ser olvidados, estiran sus manos con ternura, abren los libros de su vida para compartir algún día con la familia venidera.

Valió la pena no desfallecer, ni prestar atención a la desazón cuando la tarea parecía imposible creyendo una quimera el encontrarles, la fé al final me llevo a ustedes.

Es un gran regalo de Dios el conocerlos, poder decir al mundo que existieron, lo hermosos que fueron, miren que grande es su árbol, cuanta sombra, tantas ramas protegiendo a su prole, siento que al final de mi vida sus manos se unirán a las mías y el miedo a la muerte se transforma.


¿Qué es la genealogía?

La genealogía es una aventura: descubrir quienes somos y de dónde venimos: ¿cómo se llamaban mis antepasados?, ¿dónde vivieron?, ¿cómo remontarse en los orígenes de mi historia familiar?

Es un pasatiempo, pero también una ciencia. La genealogía nos permite investigar quiénes eran nuestros ancestros, de dónde provenimos, rastrear de dónde vienen nuestros antepasados.

La palabra genealogía procede del griego: genos, raza, nacimiento, descendencia, y logia, de logos, ciencia, estudio), y supone el estudio y seguimiento de la ascendencia y descendencia de una persona o familia. También se llama así al documento que registra dicho estudio, generalmente expresado como árbol genealógico. Asimismo, la genealogía es una de las Ciencias auxiliares de la Historia.

Los trabajos de investigación propios de la genealogía consisten en recopilar la mayor cantidad de antecedentes a través de dos fuentes orales y documentales. Los primeros, a través de nuestros propios recuerdos y de las personas más próximas. Los segundos, a través de los documentos archivados en diferentes registros. Estos trabajos se plasman posteriormente en un documento que registra dicho estudio, generalmente expresado como árbol genealógico.


Archivos parroquiales católicos

Antes de la creación de los registros civiles en 1870, todos datos de nacimiento y defunción estaban en manos de los párrocos. La Iglesia Católica es, por tanto, la fuente de información fundamental para conseguir avanzar en la investigación de datos anteriores a aquella fecha.

En el Registro Civil se encuentran todos los datos de nacimiento, adopción, emancipación, matrimonio, separación, divorcio y la anulación matrimonial, así como la defunción. Pero todos estos datos tan importantes para la investigación genealógica, sólo tiene cabida en los registros civiles desde que éstos se crearon en 1870, cuando la secularización que presidió la vida política española tras de la caída de Isabel II llevó a las autoridades a prescindir de los archivos que hasta ese momento habían dado fe de estas materias. Hasta aquel momento, todos esos datos estaban en manos de la Iglesia Católica a través de los párrocos, y a ellos nos dirigiremos para consultas sobre fechas anteriores a 1870.

Aunque hay algunos antecedentes de la época del Cardenal Cisneros, la obligatoriedad efectiva de estos registros parroquiales se impuso a raíz del Concilio de Trento, reinando Felipe II. Como siempre su contenido se puede remontar a una o dos generaciones más antiguas, si tenemos la suerte de que la investigación genealógica que realicemos se pueda efectuar en los correspondientes archivos parroquiales, éstos nos pueden dar la crónica de una familia desde la época de los Reyes Católicos, es decir, muchas genealogías pueden remontarse así medio milenio.

Aparte de otras muchas curiosidades y datos que pueden deducirse del Registro parroquial, fundamentalmente encontraremos en él el bautismo, la confirmación (en su caso), el matrimonio y el enterramiento (e, indirectamente, la defunción) de un gran número de habitantes de España desde el siglo XVII a nuestros días, pues aún se mantiene su actividad, paralelamente con el Registro Civil, que copió en gran medida su sistema de funcionamiento.

De no encontrar sus libros en la parroquia de origen, preguntemos en los archivos diocesanos de los que haya dependido a lo largo de su historia la parroquia, pues en muchas ocasiones están allí centralizados los fondos de parroquias desaparecidas o, simplemente, los documentos de cierta antigüedad (normalmente, un siglo).


Precauciones en la investigación genealógica

El investigador genealógico debe tener presente que cualquier consulta de su estudio puede ser objeto de error o de falsa interpretación, por lo que, aunque hayamos hecho correctamente nuestra pesquisa.

Nadie está libre de cometer errores, pero es fundamental intentar evitarlos. ¿Cuáles son los más frecuentes? En primer lugar podemos citar los errores de trascripción. Podemos manejar certificaciones o copias de documentos originales que haya sufrido un error, lo que es bastante habitual. Por ejemplo: un personaje apellidado “Escolar” suele aparecer, equivocadamente, como “Escobar”. Si al copiar una certificación de matrimonio se omite equivocadamente una línea del documento original, podremos encontrarnos con que la madrina aparezca citada en lugar de la novia, con el grave error a que ello nos conducirá. El fenómeno de las homonimias requiere un tratamiento singular, por lo que nos referiremos a ello más adelante, en otra ocasión.

Más grave aún será la inducción al error cometida de propósito por los interesados. Por ejemplo, la coquetería de nuestra abuela, que voluntariamente cambió su fecha de nacimiento, nos dificultará enormemente la realidad de los hechos y dificultando enormemente la localización del documento acreditativo de este acontecimiento. Es muy común este fenómeno en los padrones municipales, donde encontramos que muchas mujeres se quitaban, de golpe y sin rebozo, hasta diez años de edad.

Pero todavía nos llevará a errores mayores la comisión de un delito cual es la falsificación del estado civil de las personas: un matrimonio inscribe como hijo el vástago que ha parido en realidad su propia hija, menor de edad y soltera, con lo que hacen pasar por fruto de su matrimonio a quien realmente es su nieto, maniobra fraudulenta y delictiva, de difícil averiguación transcurridos los años si no median denuncias de los afectados o acciones similares.

Para terminar, un dato relevante: en Europa Occidental, según fuentes médicas, entre un 10 y un 12 por ciento de las atribuciones de paternidad son ficticias, fruto de engaño de la mujer a su pareja, lo que se termina revelando cuando se hacen estudios genéticos necesarios para trasplantes o actuaciones similares. Ello afecta muy notablemente el grado de fiabilidad de nuestras investigaciones, por lo que debemos guardar siempre un cierto nivel de escepticismo frente a sus resultados.


La necesidad de documentar

La tradición oral es el punto de partida para elaborar una genealogía, pero no es suficiente. ¿Dónde hay que buscar datos de nacimiento, defunciones o matrimonios?

No siempre los recuerdos propios o de la familia son suficientes para iniciar la investigación y nunca son suficientes para completarla.

Solemos saber a ciencia cierta dónde nacimos y donde lo hicieron nuestros padres, pero cabe la posibilidad de la duda o el error. Por ejemplo, la coquetería de quitarse años, puede llevarnos a fijar la fecha de nacimiento de nuestra madre en un momento equivocado. Otra posibilidad es la procedencia del abuelo, en un pequeño pueblo, no sea tal, sino que naciera en una localidad próxima, donde vivían parientes o comadronas de confianza.

Sabemos también que todo nacido ha de morir, por lo que, de cualquier personaje ya fallecido, para encuadrar correctamente su trayectoria, debemos tratar de buscar los datos de su defunción y enterramiento.

Entre nacimiento y defunción, en una genealogía normal hemos de encontrar matrimonios o uniones fértiles de las que nazcan los diferentes individuos que conforman las generaciones sucesivas de nuestra familia.

A falta de informaciones verbales, o una vez recopiladas éstas, debemos procurar ratificarlas en los registros correspondientes.

¿Dónde podremos encontrar los documentos acreditativos de los nacimientos y bautismos, las defunciones y enterramientos y los matrimonios de nuestros antepasados?

Los registros habituales de nuestro entorno cultural en los que se custodian estos documentos y donde se certifica su contenido para hacer prueba fiable al respecto son los registros civiles, dependan de las autoridades judiciales o municipales. También están los registros parroquiales, de carácter religioso, donde, normalmente el bautismo se corresponde con el nacimiento y en donde queda a menudo constancia del enterramiento o de las exequias de los feligreses y de sus nupcias.

ORIGEN GENERAL DE LOS APELLIDOS

¿De dónde viene mi apellido?
De un nombre, de un lugar, de un oficio o de una característica física… Cada apellido esconde una historia, la historia de nuestros antepasados. ¿De dónde viene el tuyo?
Si te apellidas Benítez, es posible que alguno de tus antepasados tuviera como nombre de pila Benito. Si es Aragonés, puedes imaginar la procedencia de alguno de tus mayores, y si tu apellido es Alcalde, quizás fuera el cargo desempeñado en algún momento por las generaciones que te han precedido.

Apellidos patronímicos
Fernández, López, Hernández o Díaz tienen su origen en un nombre propio. En Castilla se utilizó principalmente la desinencia "ez", aunque también es frecuente “oz”. Ambas desinencias equivalen a ‘hijo de’ o ´descendiente de´. Así, Estévez es “el hijo de Esteban” y Muñoz, “hijo de Muño". Sin embargo, algunos no se transformaron y siguen siendo igual que el nombre que los originó. Es el caso de Alonso o García.

Apellidos toponímicos
Estos apellidos toman su denominación de un lugar, región, comarca o paraje en el que vivían, procedían o poseían tierras nuestros antepasados. Muchos están precedidos de la preposición "de", "del", "de la" o simplemente son gentilicios (Arroyo, Ribera, De la Vega, Molina).

Apellidos de oficios
El trabajo sirve como medio de identificación; sucedía siglos atrás y sucede hoy. Cuando no recordamos un nombre, solemos referirnos a la persona por su profesión. Cantero, Carnicero, Guerrero o Labrador son algunos ejemplos.

Apellidos descriptivos
Si te apellidas Alegre, Blanco, Moreno alguno de tus antepasados era risueño, claro u oscuro de piel o cabello. En muchas ocasiones el apellido corresponde a características físicas y apodos. Esos motes solían heredarse y así fue como se crearon los apellidos que, tiempo después fueron anotados por los antiguos notarios.

Apellidos castellanizados
Son aquéllos que tienen origen en otros países y que, con el tiempo, fueron transformando su grafía, adaptándola a la fonética española.


Apellidos de origen extranjero
La inmigración es un fenómeno común en la Historia. Primero las invasiones y posteriormente la pujanza de los reinos peninsulares, las campañas militares y el comercio. Otros pueblos, otras culturas, asentadas en España nos han dejado sus apellidos.

Íberos y celtas, griegos, romanos, suevos, vándalos, alanos, godos, ostrogodos, bizantinos, judíos, musulmanes….han dejado su huella en nuestra cultura y en nuestros apellidos. Han sido muchos los factores que han originado que un gran número de familias, originarias de partes muy remotas del globo, se asentasen en nuestro territorio y convirtieran su apellido en habitual en España. Veamos algunos.

Portugueses eran los Machado, los Silva, los Moura, los Duarte… Los Bocanegra, Bucarelli, Carraffa, Centurión, Doria, Ferrari, Gravina, Grimaldi, Justiniano, Mañara, Marrufo, Negrón, Pellegrini, Roncalli, Sopranos, Spínola y Vernacci, personajes del mundo de las Bellas Artes, son apellidos de origen italiano, frecuentes en nuestros elencos desde marinos de guerra a comerciantes.

De nuestra historia común con los Países Bajos viene el asentamiento en España de los Westendorp (célebres en nuestra diplomacia), los Pemán que muchos creen la quintaesencia de lo gaditano, los Gante, que dieron famosos personajes en la Iglesia y la Magistratura, los Van der Gotten y los Stuick, de nobleza acreditada que brillaron en el arte de los tapices, en la milicia y el servicio diplomático, los Van Halen, famosos militares con algún destello de artista pictórico y, posteriormente, afortunados en la política.

Las persecuciones religiosas propician que vengan a España muchos católicos de las islas británicas. Escoceses son los Kirpatrick diplomáticos, políticos y comerciantes de los que procede nada menos que la madre de la Emperatriz Eugenia, mientras que los Blake son ingleses de muy antigua nobleza. Pero un numerosísimo grupo de católicos venía de Irlanda: los Crooke, Kindelán (titulares de su marquesado), Lynch, Madan, Meade, Ferry, O´Brian, O´Connor, O´Donnell (tan presentes en nuestra Historia como protagonistas de primer orden), O´Donojú, O´Farrill, O´Lawlor, O´Neill, O´Reilly y Power, por no repetir a los Sotto condes de Clonard de los que ya se ha hablado aquí.

El apellido Preysler procede de Austria y, como es sabido, adquiere más exotismo al pasar por las Filipinas, mientras que de Alemania proceden los Bécquer, los Klett, los Weyler (de cuya familia salen los duques de Rubí), de Polonia vinieron los Schneider que aquí se latinizaron en Sartorius (sastre) agraciados con el condado de San Luis, y de Bélgica vinieron los Klecker.


De Francia vinieron, por ejemplo, los Carandolet, Albret, Bethencourt tan frecuentes en Canarias, Boix, Archimbaud, los cébres Boyer, Cabarrús, los Domecq, Joly (periodista acreditados en Cádiz), Lamanié de Clairal, los Michels de Champourcin a los que Ernestina dio brillo literario, y los restauradores que fundaron en Madrid la famosa Casa Lardhy.

Y los hay incluso de procedencia rumana (los Studza) y japonesa (los Japón), procedentes de de una antigua embajada de aquél imperio cuyos componentes dejaron numerosa descendencia entre nosotros.

lunes, 28 de septiembre de 2009